El autor inicia el libro señalando la lucha contra el cambio climático y la desigualdad como los desafíos más importantes para la humanidad y, de alguna manera, los une a la histórica lucha de clases del siglo XX. Plantea, de una manera insistente, que los paradigmas de tiempos pasados no sirven para resolver los retos futuros. Dadas las incertezas de cómo afrontar los retos del futuro, lanza la idea de una nueva gobernanza, en la que trabajen conjuntamente las instituciones, las empresas y —lo más importante— el conjunto de la sociedad, para entre todos configurar un nuevo contrato social, y de esta manera evitar que los movimientos populistas se aprovechen de los vacíos actuales de las instituciones.
Define la nueva gobernanza como un formato donde se aproveche todo el potencial de inteligencia de las personas, de la creatividad de los empresarios innovadores, y de unas políticas públicas descentralizadas y creativas, aprovechando las nuevas tecnologías y herramientas de creación participativa. A esta nueva gobernanza se oponen poderes fácticos que defienden la prioridad económica frente a los retos del cambio climático y la lucha contra la desigualdad, elaborando relatos populistas para entorpecer las nuevas luchas sociales.
Solanilla señala la propuesta de Maria Mazzucato como una de las más interesantes: se trata de aplicar el mismo método que permitió a los EE. UU. llevar a un hombre a la luna en los años 60 gracias a la colaboración público-privada. El método consiste en trabajar con objetivos por misiones. Sin embargo, aunque este método sea necesario, es insuficiente y, por tanto, hay que reinventar un nuevo relato sin caer en el buenismo.
La lucha contra el cambio climático es diferente a otras grandes transformaciones, porque pone en riesgo nuestro modelo de sociedad. Para afrontar este reto, la herramienta que plantea el autor es el Green New Deal, el Pacto Verde Europeo. Un plan para conseguir la neutralidad climática, una economía basada en la digitalización y la sostenibilidad y con un modelo energético basado en la energía renovable. Para financiar todo este proceso, se cuenta con un gran paquete financiero como es el Next Generation EU, junto con el Banco Europeo de Inversiones y el Banco del Clima.
El autor hace un repaso de los diferentes críticos con el Pacto Verde. Por ejemplo, el movimiento en Francia de los chalecos amarillos contra la subida de los precios de los carburantes, tan necesaria para la lucha contra el cambio climático. En el polo opuesto, se sitúan organizaciones ecologistas y movimientos de izquierda, que lo que proponen para luchar contra el cambio climático son medidas de decrecimiento: este movimiento es desmentido por numerosos pensadores progresistas como Yuval Harari, que constatan cómo en países en los que creció el PIB disminuyeron los gases de efecto invernadero. Finalmente, los grandes críticos son los lobbies de las empresas contaminantes, que tienen una gran influencia, sin olvidar a las fuerzas políticas conservadoras, que retrasan la puesta en marcha de medidas contra el cambio climático.
El autor señala los millonarios costes económicos que provoca el cambio climático sin contemplar el coste en vidas humanas, por lo que es urgente la descarbonización de la economía, con políticas no solo redistributivas, sino también predistributivas y romper el falso dilema de medioambiente contra economía.
En encuestas del Eurobarómetro, se muestra que la principal preocupación del ciudadano es el cambio climático, por lo que, con ese respaldo, hay que luchar contra el discurso de la extrema derecha que se presenta, sobre todo en el mundo rural, con promesas insostenibles. Tampoco hay que ceder a las maniobras dilatorias de los conservadores, ni aceptar el discurso de que la tecnología ya resolverá el problema del cambio climático. Finalmente, no se puede caer en el pesimismo de que no se puede hacer nada porque ya es muy tarde. Existen, por otra parte, algunas contradicciones entre las políticas climáticas y las digitales. En otra contradicción, la Comisión Europea que considera el gas y la energía nuclear como energías sostenibles. A pesar de las contradicciones, lo que resulta fundamental es lograr unir de una manera inteligente las políticas climáticas y digitales.
Denuncia el autor que la humanidad vive de una manera poco sostenible y lo argumenta con un dato: el consumo humano es 1,5 veces los recursos disponibles, lo que provoca un fuerte impacto. Al mismo tiempo, los lobbies buscan científicos que nieguen la emergencia climática. La forma de combatir el negacionismo es crear expectativas positivas para las empresas y para el sector público y los beneficios reputacionales que obtienen. Para ello, propone sumarse a los Objetivos de Desarrollo Sostenible porque son un vector de cambio para las empresas y, por otra parte, asumir las nuevas reglamentaciones con criterios ambientales, sociales y de gobierno.
Toda acción dirigida a conseguir estos objetivos se ha de hacer con total transparencia y con una nueva narrativa, después de escuchar a la ciudadanía, que incluya el compromiso de rendir cuentas. De esta manera se podrá generar confianza y recuperar la credibilidad de la ciudadanía en los medios de comunicación y en los gobiernos.
Es importante diferenciar empresas con ese compromiso de las que dan una falsa apariencia de ecologismo. El autor, siguiendo la ola del Financial Times cuando afirma que hay que resetear el capitalismo, pide trasladar la preocupación de las empresas de la prioridad de los beneficios financieros respecto de los impactos ambientales. Plantea como opción las empresas Bcorp, que son aquellas que tienen como propósito generar un impacto social positivo, que cumplen con los estándares ambientales y comunitarios y con un fuerte compromiso con la transparencia y sostenibilidad. También las grandes marcas tienen una gran responsabilidad en tener como activo estratégico la sostenibilidad.
El autor introduce la posición de la energía en el contexto de la emergencia climática y concluye que hay que luchar para que deje de ser parte del problema y se convierta en parte de la solución. Para ello es necesario modificar el actual modelo energético, tanto español como europeo. No es lógico que, de todas las energías para producir electricidad, se contemple el coste más alto de todas ellas y, por otra parte, las grandes compañías, al controlar la generación, la distribución y la comercialización de la electricidad, impiden la libre competencia. En España, gracias a la excepcionalidad ibérica, se consiguió abaratar el precio, pero a costa de un incremento del consumo de gas. La conclusión es que hay que dotar al sector energético de una nueva gobernanza, promocionando la generación de energía limpia y el autoconsumo. Una vez superadas las lamentables iniciativas que se denominaron el “impuesto al Sol” y que frenaron la generación sostenible y el autoconsumo, hay que plantear una nueva gobernanza donde se contemple al territorio y a los gobiernos locales, especialmente en las zonas rurales dado el impacto paisajístico que suponen la instalación de plantas fotovoltaicas y eólicas. Hay que evitar que el modelo actual de grandes empresas energéticas se convierta en un modelo de grandes fondos de inversión. Para evitar esa situación se están creando las Comunidades de Energía Renovables (CER) tanto en entornos rurales como urbanos. España no puede perder la ventaja competitiva que tiene respecto de otros países europeos debido al viento y al sol de la península.
El autor analiza también los impactos que el cambio climático va a provocar en la humanidad, especialmente en amplias regiones de África, lo que generará un nuevo tipo de refugiado: los refugiados climáticos. También relaciona el impacto del cambio climático con la libertad individual y la generación de nuevos derechos: los derechos climáticos como un derecho universal. Como consecuencia, están surgiendo movimientos alternativos que reclaman políticas más ambiciosas, entre los que destaca el liderado por la activista sueca Greta Thunberg.
En otro capítulo, Solanilla describe la nueva gobernanza que exige el cambio climático, cuestionando el concepto de centralidad, que sustituye por el concepto de colaboración de múltiples relaciones, que configuren una inteligencia colectiva. La nueva gobernanza tiene que ser sofisticada, innovadora y colaborativa y pone como ejemplo el comportamiento durante la covid-19, donde a través de la solidaridad y colaboración surgieron cantidad de iniciativas. Destaca la cultura, junto con las ciencias del comportamiento, como uno de los soportes importantes que permitirá conectar con los perdedores del cambio climático. Propone que las políticas públicas se sostengan en laboratorios de innovación que permitan explorar nuevas propuestas como son las CitizensLab y las “Agendas Urbanas” que exploran ideas para planificar diferentes estrategias a través de procesos participativos de la ciudadanía que sean imaginativos y atractivos.
Plantea el autor un tema interesante como es la conectividad, la comunicación y el liderazgo. Inicia este tema destacando la importancia de los datos, que son fundamentales para las empresas, las instituciones y la ciencia. Estos datos son necesarios, pero no suficientes para contrarrestar los nuevos relatos de los negacionistas, porque los datos son manipulables y, por tanto, tienen que ir acompañados de un nuevo discurso que conecte emocionalmente con la ciudadanía. La conectividad es fundamental para generar ventajas competitivas que faciliten el crecimiento. Dentro de la conectividad, aporta el concepto de la conectividad emocional para combatir el miedo al futuro que provocan los relatos exagerados de las amenazas presentes y futuras. Finalmente, sobre el liderazgo, afirma que dirigir no es liderar. El liderazgo se apoya en la capacidad de crear nuevas relaciones y coaliciones, porque la innovación y el talento se generan en los márgenes del poder a través de la participación de muchos ciudadanos que gracias a las nuevas tecnologías generan una agregación eficaz y eficiente que ha de ser compatible con el trabajo del sector público. Para visualizar estas ideas, explica que la clave está en saber relacionar lo micro con lo macro y, dicho en otros términos, lo pequeño tiene que dialogar con lo grande. Siguiendo con la comunicación, propone que tiene que ser clara frente a tanto ruido. Tambien apela a que el liderazgo exige comunicar, pero emocionando con el relato.
En un nuevo apartado el autor entra en un tema capital para la lucha por una revolución verde, que es la revolución verde en las ciudades, porque en ellas se producen las principales innovaciones y los grandes cambios económicos y sociales. Por el contrario, es en las ciudades donde se producen las mayores contradicciones: las mayores desigualdades y contribuciones al incremento del cambio climático y de la contaminación. Como dato, aporta que las ciudades tienen el 2% de la superficie de la tierra, pero provocan el 80% de las emisiones de CO₂. Por todo ello, el autor propone ampliar la planificación urbana, no solo a las distintas infraestructuras, calles y edificios, sino que debe incluir el cambio climático y la desigualdad. Otro de los aspectos fundamentales es que el automóvil no debe tener el protagonismo que tiene en la actualidad para la movilidad ciudadana. También señala el problema de la vivienda que agrava la desigualdad. Por ello es urgente actuar con decisión en las ciudades, para seguir atrayendo actividad económica y talento, pero compaginándolos con la lucha contra el cambio climático, apostando por una movilidad sostenible y la creación de amplios espacios verdes, junto con promover centros de actividad económica vinculada a la sostenibilidad. Hay que acelerar inteligentemente las planificaciones verdes de las ciudades porque su peso seguirá incrementándose en un futuro, pero se provocarán nuevas desigualdades y luchas entre los distintos territorios. El tipo de nueva ciudad verde que propone el autor no es el de algunos megaproyectos, como el gran proyecto en el desierto The Line en Arabia Saudí; por el contrario, propone como ejemplo ciudades como Copenhague, primera ciudad neutra en emisiones de carbono; Ámsterdam, con una apuesta decidida por la economía circular; Barcelona, donde el BCN Green Deal se ha convertido en un referente en Europa de ciudad inteligente y climáticamente neutras el año 2030; Singapur, que ha sido una ciudad que eliminó más del 85% de sus árboles para construir edificios, pero ha reaccionado y tiene un proyecto de plantar “Un millón de árboles” El autor concede gran importancia a las ciudades pequeñas verdes, que en España tiene como ejemplo Vitoria-Gasteiz y Valencia ha sido reconocida como Capital Verde Europea 2024
Finalmente, el autor aborda una situación compleja para la lucha contra del cambio climático, que es el turismo. Por una parte, el turismo, que representa el 10% del PIB, es una parte importante de la economía del país, aunque con una productividad baja y una precariedad alta. Por otra parte, tiene unas externalidades negativas muy importantes, tanto social como ambientalmente, por lo que es urgente plantear una nueva gobernanza tratando de trabajar, tanto desde la oferta como desde la demanda. Por otra parte, es un error el planteamiento de potenciar el turismo de alto valor económico, porque los datos demuestran, que es ese sector el que más contamina. El autor, ante esta situación, lo que propone es que en la promoción del turismo se primen los valores sociales y medioambientales y que el turismo se convierta en un vector de cambio. En este sentido, señala que existe una hoja de ruta con la Declaración de Glasgow en la Conferencia sobre el Cambio Climático en la COP26, donde de una manera voluntaria se plantea el objetivo de reducción parcial de emisiones en 2030 y total en 2050. Esto supone una ardua tarea que requiere la colaboración del sector público y privado como puede ser la experiencia de la campaña de “Destino Turístico Inteligente” Las campañas turismofóbicas, no resuelven ningún problema del turismo y, por tanto, hay que buscar soluciones como la tasa turística, los traslados sostenibles de los turistas, etc. Hay que analizar la carga ambiental de consumos y emisiones y la carga social que supone en muchos casos la expulsión de los ciudadanos de los entornos turísticos.
Son tan amplias las referencias que resulta difícil relacionarlas en este resumen y que están descritas en las páginas finales del libro.
F.M.M.
Pau Solanilla (Barcelona, 1970) es consultor internacional en diplomacia corporativa, reputación y gobernanza y director de la Fundación Rafael Campalans. Hasta hace poco ha sido Comisionado de Relaciones Internacionales y Promoción de Ciudad del Ayuntamiento de Barcelona. Anteriormente fue profesor del Máster Global en Asuntos Públicos, responsable de relaciones globales de Digital Future Society en la Fundación Mobile World Capital Barcelona, asesor ejecutivo en la Secretaría de Estado para la UE del Ministerio de Asuntos Exteriores, asesor técnico en el Parlamento Europeo en Bruselas y Estrasburgo. Escritor de diferentes libros, fue el primer premio al mejor post sobre “La Unión Europea y crecimiento verde” otorgado por la Presidencia danesa de la UE en 2012.